septiembre 15, 2014

Hoy Adolfo Bioy Casares cumpliría 100 años. Charla en la Revista La Maga durante una visita a la casa del escritor, el Periodista,Rodrigo Fresán y Fito Paez.

Una charla entre Adolfo Bioy Casares, Fito Páez y Rodrigo Fresán


08-03-2009 / Un homenaje al cumplirse 10 años de la muerte del autor de La invención de Morel, un atractivo diálogo entre el cantante de "El amor después del amor" y el gran escritor. Música y libros, por supuesto, los temas dominantes de la charla.
Adolfo Bioy Casares: –¿Podemos hablar un poco de música?
Fito Páez: –¿Qué música le gusta?
ABC: A ver. A Borges le gustaban las milongas y a mí me gustaban los tangos. Pero descubrí que los tangos que me gustaban eran los tangos–milonga: "Entrada prohibida", "Hotel Victoria", "La morocha"...
FP: –Esos son tangos de comienzos del 900. Guardia Vieja.
ABC: –Guardia viejísima. También está "Ivette", mi himno nacional, y "Flor de fango": "Mina que te manyo de hace rato, perdoname si te bato de que yo te vine a ver". Ahí empieza el dequeísmo en la Argentina (risas).
Rodrigo Fresán: –¿Y qué lugar ocupa la música en su obra? 
ABC: –Cada vez que pongo ´discos que me gustan, Brahms, Gluck, algunas cosas de Beethoven, siento que tendría que estar siempre oyendo música, pero lo cierto es que después no vuelvo a oírla. Si viera mi vida como un objeto que está ahí afuera, diría que para mí la literatura es indispensable y la música no.
FP: –¿Ni Mozart?
ABC: –Ah, claro. Mozart. "La" música.
RF: –¿Y las máquinas? ¿Qué lugar tendría la persistencia de las máquinas en su obra, básicamente en La invención de Morel?
ABC: –Las aborrezco. 
Rodrigo Fresán:–¿Y cómo se lleva con las máquinas de escribir?
ABC: –Horrible. No me gustan. Prefiero escribir a mano, con lapicera. La relación con la literatura es siempre la misma, pero escribir a máquina me hace mal por el lumbago. Y para la computadora debería hacer un aprendizaje que me produce mucha pereza. Trato de escribir en un cuaderno para engañarme a mí mismo, para pensar que si quiero descartar algo voy a romper páginas y el cuaderno se va a desarmar, entonces cada frase tiene que ser para siempre. 
–¿Y no es así?
ABC: –Para nada. Corrijo veinte veces la misma frase. Pero es un pequeño engaño que me hago al escribir. La inclusión de una máquina me parece un artificio. 
RF: –Quizás, en su relación con la música influya el hecho de que para escucharla haga falta una máquina...
ABC: –Un aparato que media entre uno y los otros. Lo mismo ocurre con la televisión. Y también el libro exige que uno interrumpa cualquier tipo de relación. 
–Pero los libros son menos autoritarios. Con ellos uno elige cuándo, cómo y por quién ser bombardeado...
FP: –El libro impone una trama a la cual uno accede o no. La tele tiene el botón, se puede hacer zapping o apagar. El tema es que es un mundo muy grande, y las horas que tiene el día no se modificaron.
RF: –Los libros suyos, ¿cambian para usted o lo van acompañando? 
ABC: –No, mis libros no me acompañan para nada. Una vez, en Nueva York, tenía que hablar ante el público y unos amigos pensaron que como soy medio tímido tenían que hacerme preguntas fáciles. Entonces, me preguntaron el argumento de un cuento mío, "Irse". Y no sabía ni de qué me estaban hablando.
–¿Trata de olvidarlos?
ABC: –Ni siquiera lo intento. Los olvido sin ningún esfuerzo. 
FP: –Bioy, ¿cuál es el formato que más le interesa, la novela o el cuento?
ABC: –La novela, pero me parece que sólo escribí cuentos. Cortos y largos. Tal vez El sueño de los héroes pueda aspirar a ser una novela. 
FP: –¿Aspirar a ser una novela? Por favor, Bioy, no nos ponga nerviosos.
ABC: –No, es cierto. La invención de Morel es sólo un cuento largo.
LIBROS, LIBROS.
RF: –¿Está conforme con el lugar que ocupa el libro o reclama un fervor más siglo XIX, cuando la gente se agolpaba en los muelles para buscar las entregas de Dickens?
ABC: –No, me parece bien este lugar, más seguro, menos exagerado... Lo que puedo decir es que a uno le gusta la literatura y tiene que sufrir bastante en las librerías del mundo, porque parecería que hay tantos libros, hay tantos escritores. Es como si estuvieran en un techo de dos aguas: aunque sean buenos, caen, se van perdiendo...
–¿Usted cree que en esa catarata de libros que se pierden puede haber alguno que sea "el mejor libro"?
ABC: –Puede ser, sí, que los que se pierden sean buenísimos, pero difícilmente hayan llegado a la gloria.
–¿Y qué tiene que tener un libro para llegar a la gloria?
ABC: –No lo sé. Estoy pensando, por ejemplo, en la Vida de Samuel Johnson, de James Boswell. Ese es un libro que llegó a la gloria.
RF: Ese libro termina siendo más grande que la propia historia de Johnson, lo mismo que pasa con En busca del tiempo perdido, de Proust, son libros que se devoran las vidas de quienes los escribieron. ¿Le gustaría ser devorado por un libro suyo?
ABC: –Sí, claro. Con La invención de Morel puede pensarse que escribí un solo libro y que es ése, pero de todos modos le agradezco a La invención de Morel, porque llegó a todas partes, y atrás llegaron otros libros. Puede devorarme tranquilo.
RF: –¿Qué piensa ahora de La invención de Morel?
ABC: –Me parece que tuve la suerte de que se me ocurriera una historia con un náufrago, un perseguido político que va en un bote por el mar, que llega a una isla desierta. Está cansado, duerme, lo despierta una música completamente urbana. Es como una especie de regalo del destino esa historia. La inventé en el corredor de la casa de campo de Pardo.
RF: –¿Vive esos momentos como una epifanía?
ABC: –Son buenos momentos. Momentos de exaltación.